Caben distinguir dos tipos de soledad: La soledad interior de quien no encuentra compañía, y la soledad física de quien, voluntariamente, se aparta de los demás.
La primera, suele ser el triste resultado de un egoísmo exacerbado; personas que absorben para sí, insaciablemente, cuanto les rodea. A este tipo de angustiosa soledad puede aplicársele un remedio eficaz: la generosidad.
La otra soledad, ponderada por los sabios de todos los tiempos, no es fuente de angustia y desesperación, sino puerta obligada de acceso a los misterios del mundo interior.
Esta soledad es la aspiración natural de quien ha vivido lo suficiente para saber que el resto del camino transcurre ya por el abstracto, aunque también infinito, universo interno.
*Extracto de “Cosas que aprendí de Oriente” de Francisco López - Seivane
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