"Necesitamos maestros que
nos identifique con los fracasados"
Mi vida, como la de
todos ustedes, estuvo siempre ligada a la educación. Fue una de mis grandes
pasiones y preocupaciones. Cuando dictaba mis clases en la universidad el salón
se llenaba hasta el tope con estudiantes de otros cursos. No me iba mal como
maestro. Por tal razón guardo un gran aprecio y respeto por su profesión...
Entiendo su lucha como
una lucha por la dignidad y en especial contra el menosprecio de su oficio y el
no respeto a su condición humana y profesional. Es una lucha a la cual no
pueden renunciar. En sus manos está la posibilidad de construir una verdadera
sociedad democrática, sin la pobreza, la segregación y la exclusión que
hoy vivimos. No me cabe duda de que la educación en sus manos es una
poderosa herramienta para lograrlo. Su tarea de educar es imprescindible e
irreemplazable, por más que unos cuantos tecnócratas se empeñen en tan descabellada
idea...
Como un homenaje en su
día, que debería celebrarse no solo en las escuelas y colegios, sino en las
calles y en las plazas de toda Colombia como una gran fiesta y cuyos oferentes
deberían ser no solo los agradecidos y cariñosos estudiantes, sino la sociedad
entera, quiero dejarles algunas reflexiones que por los años 80 hice...El
mensaje es muy sencillo: hay dos formas de ser maestro y cada uno podemos optar
por una de ellas. Va pues, con todo cariño, lo que dije hace unos años sobre lo
que significa ser maestro.
Desde la eternidad,
feliz día:
“El campo de la
educación es un campo de combate. Todo el mundo puede combatir allí, desde el
profesor de primaria, pasando por el de secundaria, hasta el profesor de física
atómica de la Universidad. Combatir en el sentido de que mientras más se busque
la posibilidad de una realización humana de las gentes que se quiere educar más
se estorba al sistema. Por el contrario, mientras más se oriente la educación a
responder a las demandas impersonales del sistema más se contribuye a su
sostenimiento y perpetuación. Repito, la educación es un campo de combate; los
educadores tienen un espacio abierto allí y es necesario que tomen conciencia
de su importancia y de las posibilidades que ofrece”.
“Desde la primaria al estudiante
se le educa en función de un examen, sin que la enseñanza y el saber le
interesen o se relacionen con sus expectativas personales. Esta situación se
repite una vez terminados los estudios ya que es lo que la persona encuentra en
la vida. Cuando termina los estudios, el individuo no sale a expresar sus
inquietudes, sus tendencias o sus aspiraciones, sino a engancharse en un
aparato o sistema burocrático que ya tiene su propio movimiento, y que le exige
la realización de determinadas tareas o actividades sin preguntarle si está de
acuerdo o no con los fines que se persiguen. En nuestro sistema educativo la
gente adquiere la disciplina desgraciada de hacer lo que no le interesa; de
competir por una nota, de estudiar por miedo a perder el año. Más adelante
trabaja por miedo a perder el puesto. Desde la niñez el individuo aprende
a estudiar por miedo, a resolver problemas que a él no le interesan. El capital
ha puesto bajo su servicio y control la iniciativa, la creatividad y la
voluntad de los individuos. Puede que el tipo de educación actual sea muy mala
desde el punto de vista del conocimiento, pero es ideal para producir un “buen
estudiante”, al que no le interesa aprender pero sí sacar cinco, y que solo
estudia por el miedo a perder el año. Una educación así es ideal para el
sistema y sus intereses.”
“Para poder ser maestro
es necesario amar algo. Para poder introducir algo es necesario amarlo. La
educación no puede eludir esta exigencia sin la cual su ineficacia es máxima:
el amor hacia aquello que se está tratando de enseñar. Además, ese amor no lo
puede dar sino quien lo tiene, y al final eso es lo que se transmite. Nadie
puede enseñar lo que no ama, aunque se sepa todos los manuales del mundo,
porque lo que comunica a los estudiantes no es tanto lo que dicen los manuales,
como el aburrimiento que a él mismo le causan. Y ante las fórmulas más
brillantes de los filósofos, antiguos o modernos, no cosechará más que
bostezos. El que enseña no puede comunicar lo que no ama. Si enseña 25 horas a
la semana y dicta “lo que le ponen a enseñar”, independiente de que le guste o
no, a unos alumnos que no ven ninguna relación entre lo que se les enseña y su
propia vida presente, personal o familiar, entonces el resultado se va
pareciendo al que hemos venido presentando”.
“De los pocos profesores
de los cuales a uno le queda un buen recuerdo son precisamente aquellos a los
que se les notaba que amaban y sentían lo que estaban enseñando, independiente
de la materia que fuera”.
“Hay dos maneras de ser
maestro. Una es ser un policía de la cultura; la otra es ser un inductor y un
promotor del deseo. Ambas cosas son contradictorias. Un tipo de maestro es
aquel que me califica, pero sin consultar la vivencia que yo tengo de la vida,
Otro tipo de maestro, al que no le pagan ni lo nombran, es aquel que consulta
mi vivencia de la vida. Ambas figuras podrían ilustrarse en la persona de
Baudelaire o en la imagen del “hombre enfundado” que describe Chejov. Hay allí
dos maneras de ser maestro. “El hombre enfundado” se basa en esta premisa: todo
debe ser previsto, porque de lo contrario no se sabe qué puede pasar. Este tipo
de maestro trataría de que los alumnos no vayan a hacer nada que perjudique a
sus patronos o a los gobernantes; que sean eficaces sin aspirar ni luchar por nada.
Es un poco difícil decir en qué medida los maestros son en sí mismos “hombres
enfundados”. No hay duda de que los maestros de este tipo le ayudan al sistema.
Baudelaire es un maestro en el segundo sentido: Nos enseña a ver el mundo en
que vivimos de una manera por la cual nadie le pagaría nada. Es un hombre capaz
de identificarse con todo lo que la ciudad rechaza, con lo que él llamó “el
vómito inmenso del inmenso París”, pero que en cambio no se podría identificar
con lo que en la ciudad es respetable. Se identificó con las viejecitas que van
por las calles y “danzan sin querer danzar, como campanas. Se identificó con
los alcohólicos, con el vino de los zarrapastrosos, que “vienen con sus blancos
bigotes como viejas banderas de derrota y chocan contra el mundo como poetas, y
mientras los esperan horribles tragedias hogareñas expanden su corazón en
gloriosos proyectos”.
“Este es otro tipo de
maestro. Un maestro nuevo. Un maestro difícil de encontrar, ciertamente. Pero
si los maestros, institucionales o comunes y corrientes, quieren enseñar no
sólo poesía, tienen que enseñar a Baudelaire, es decir, entrar en contradicción
con las exigencias del sistema en que vivimos. Necesitamos un tipo de maestro
que sea capaz de darle al alumno el juego y la oportunidad para que sea él
mismo, para que se identifique con los fracasados, para que no se decida por
los exitosos. Baudelaire nunca escribió un poema sobre un general. Este tipo de
maestro hace que el alumno sea probablemente un mal empleado bancario, pero un buen
hombre. Un tipo de maestro como Baudelaire es un hombre que puede indicarnos la
dirección. Él mismo lo dice de la manera más dura: “Embriágate con la poesía, con la religión, con el alcohol, con lo que
quieras pero no estés nunca sobrio. Embriágate, es decir, busca algo más
grande, lucha por algo más grande.”