El amor es un indicio de nuestra miseria. Dios no puede sino
amarse a sí mismo. Nosotros no podemos sino amar algo distinto de nosotros.
El amor tiende a llegar cada vez más lejos. Pero tiene un
límite. Cuando ese límite se sobrepasa, el amor se vuelve odio. Para evitar ese
cambio, el amor debe hacerse diferente.
El amor tiene necesidad de realidad. ¿Hay algo más tremendo
que descubrir un día que se ama a un ser imaginario a través de una apariencia
corporal? Es mucho más tremendo que la muerte, porque la muerte no impide al
amado haberlo sido.
Ese es el castigo consistente en haber alimentado al amor
con la imaginación.
Todo cuanto es vil y mediocre en nosotros se rebela contra
la pureza y tiene necesidad de mancillar esa pureza para salvar su vida.
Mancillar es modificar, es tocar. Lo bello es lo que no cabe
querer cambiar. Dominar es manchar. Poseer es manchar.
Amar puramente es consentir en la distancia, es adorar la
distancia entre uno y lo que se ama.
¿Cómo se distingue lo imaginario de lo real en el ámbito
espiritual? Hay que preferir el infierno real al paraíso imaginario.
Es un error desear ser comprendido antes de explicarse uno
ante sí mismo.
No dejes encarcelarte por ningún afecto. Preserva tu
soledad. Si alguna vez ocurre que se te ofrezca un afecto verdadero, aquél día
no habrá oposición entre la soledad interior y la amistad, sino al contrario.
Precisamente lo reconocerás por ese indicio infalible.
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