Un día, un monje de un pueblo vecino se detuvo en ese
pueblo. El asceta corrió a su encuentro, y le dijo:
-Durante años me he ejercitado
mucho espiritualmente. Me he sometido a ayunos, mortificaciones, penitencias, y
por fin he logrado caminar sobre las aguas.
El monje solo respondió:
-¡Qué desperdicio de tiempo ha
sido el tuyo, habiendo barcas!
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