- Verás
hijo, la vida es como la pesca -empezó el padre con su sermón, mientras ambos
lanzaban sus anzuelos al calmado lago-, uno no puede hacer que los peces
muerdan el señuelo, sino que hay que esperar pacientemente a que lleguen...
Pero antes de poder terminar su
lección, el joven empezó a forcejear con su caña y, en cuestión de segundos,
sacó un gigantesco pez que bailaba enérgicamente en el aire.
-
¡Mira, papá! ¡Lo tengo! -celebró el joven, pero al ver la mordaz mirada de su
progenitor, recobró la compostura y le dijo:
-Disculpa,
¿qué me decías?
-Suerte,
hijo -respondió el hombre, amargado-. La vida se trata de suerte.
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