Los hechos de la ciencia, al
exponer la ausencia de propósito en las leyes que gobiernan el universo, nos
fuerzan a tomar responsabilidad por nuestro bienestar, el de
nuestra especie, y nuestro planeta. Por la misma razón, socavan cualquier
sistema moral o político basado en fuerzas místicas, misiones, destinos,
dialéctica, conflictos, o eras mesiánicas. Esto, en combinación con unas pocas
convicciones intachables (como que todos valoramos nuestro propio bienestar y
que somos seres sociales que nos afectamos unos a otros y podemos negociar
códigos de conducta), los hechos científicos militan hacia una moralidad
defendible, adherida a principios que maximicen el florecimiento de los humanos,
y otros seres conscientes.
Este humanismo, que es inseparable de un
entendimiento científico del mundo, se está convirtiendo en la moralidad de
facto de las democracias modernas, organizaciones liberales, y en la liberación
de las religiones, cuyas promesas incumplidas definen las imperativas morales
que enfrentamos hoy.
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