En los mataderos siempre es invierno. Como copos de nieve
que se estrellan contra el mármol van desfilando en silencio los animales.
Decenas de pedidos se acumulan sobre la mesa. Supermercados, comidas benéficas,
de navidad y una cena mitin para más de trescientas personas a la que
abastecerán en unas horas. Todo tiene que estar perfecto. La sala está repleta
de hombres y mujeres que aplauden la llegada del líder y su comitiva. Hay un
rumor de banderas honestas ondeando el escenario y las mesas de los comensales.
El carismático líder habla despacio, pero con firmeza. Exige
acabar con la pobreza. Reivindica el lenguaje del trigo y de la ética, habla de
respeto, de la empatía hacia el otro, de las injusticias que hay que combatir.
Y mientras dibuja un mundo libre de crueldad, apura el último bocado de carne y
pide un par de costillas con patatas. ¿Es lechal, verdad? Sí, le aseguran.
Su comida nació hace mes y medio. Ha permanecido junto a su
madre seis semanas, es un glotón que adora mamar. El día que lo separaron de
ella gritó desesperado durante todo el traslado en el camión. Llegó a una sala
fría y oscura junto a decenas de corderos pascales que llevaban un número y una
fecha de sacrificio marcados sobre el cuerpo. La empresa calculó que la comida
del carismático líder y sus compañeros estaba lista, pesaba siete kilos, el
peso óptimo para el mercado, para ser consumido. Camino del matadero tuvo frío,
hambre, miedo, pero también curiosidad. Hasta que sintió un golpe seco, allí
acabó todo. Una vez despiezado, la comida del carismático líder realizará el
viaje más largo de su vida, mejor dicho, de su muerte. En ese viaje hasta la
ciudad no podrá ver el campo, los árboles, las flores del camino, tampoco podrá
escuchar el chapoteo del agua de la fuente, todo aquello que estaba tan cerca y
que nunca pudo sentir, oler, tocar.
Las bandejas de plástico borran toda huella de crueldad, lo
hacen aséptico, es carne de un animal, mejor dicho, de una cría de animal, pero
podría ser pan, pasteles o lechugas. El supermercado es un lugar donde existe
el consumo, no el dolor. No hay memoria en un supermercado, nunca hay
preguntas, salvo sobre las ofertas del día.
Al cabo de unas horas su carne tierna e infantil llega al
plato del carismático líder, junto a un puñado de patatas y de hierbas
aromáticas. En la sala, llena de jóvenes revolucionarios y expertos, hombres y
mujeres de impecable historial de libertades siguen comiendo y defendiendo una
lucha certera contra las injusticias, una renovación de la lucha de clases en
el siglo XXI. Las canciones y el vino animan el ambiente. Y mientras trenzan
palabras en el aire, el líder hinca sus dientes sobre el blando lomo, chupa con
disimulo las costillas y arranca con placer los trozos de carne unidos al
tierno hueso.
Cuando termina, se levanta, alza su copa y exige junto a sus
compañeros acabar con la explotación. Hay que plantarles cara a los
explotadores, hay que ganar esta batalla, grita, y a veces no nos damos cuenta,
no vemos lo que tenemos delante de nosotros. Le aplauden y él, agradecido,
despliega su mejor sonrisa, aunque entre los dientes, la carne de otro esclavo
ha sido engullida bajo promesas revolucionarias, bajo palabras como igualdad,
explotación y libertad. La revolución empezará mañana, dicen, pero esa… esa es
otra historia.
En
los mataderos siempre es invierno. En los mataderos siempre es infierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario