Los elogios son un tipo de presente. Casi todos los poemas de amor se componen de elogios o de lamentaciones. Los lamentos pueden conmover, pero cansan enseguida. Los elogios gustan porque casi la totalidad de hombres y mujeres, hasta los más orgullosos, poseen un complejo de inferioridad u otro. La mujer más bonita del mundo puede dudar de su talento; el hombre más fuerte, de su capacidad de atracción. Es delicioso desvelar en un ser los mil rasgos que son únicamente suyos, que lo hacen ser amado y que ignoraba o consideraba negligibles. Algunas mujeres melancólicas y tímidas se acrecientan al sentirse admiradas calurosamente, como las flores expuestas al sol. Respecto a los hombres, su apetencia de elogios no tiene límites. Mujeres feas y sin gracia han sido amadas toda la vida porque se han mostrado capaces de elogiar debidamente. Se gusta a los demás al elogiarlos, no por sus cualidades evidentes, que conocen tan bien como cualquier otro, sino por aquellas que creen que les faltan. Un general estará poco satisfecho si le habláis de sus triunfos militares, pero os estará eternamente agradecido si le habláis de la brillantez de su mirada.
Extracto de “Un arte de vivir”
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