Nos hacemos personas en la medida en que comprendemos la sutil pero profunda diferencia entre aislamiento y soledad, una distinción que se ha perdido casi totalmente en nuestra cultura. La soledad es un recurso indispensable para la persona.
En ese momento de inmovilidad en el que nos despojamos de nuestras identidades recibidas y tratamos de estar desnudos y carecer de nombre como el día que nacimos. Nos ofrece la oportunidad de salvar nuestra naturaleza original, el yo que éramos antes de que el mundo nos reclamara y empezara a modelarnos a su modo. Sin embargo, aunque podemos experimentar la soledad como cierta medida de renacimiento, lo que descubrimos en el núcleo de ese esfuerzo, si ahondamos lo suficiente, es el hecho de nuestra muerte, que aguarda dentro de nosotros, una presencia oscura, enmascarada y muda. En la soledad aprendemos a estar a solas con nuestra muerte, aprendemos a utilizar esa insondable perspectiva como un medio para distinguir lo perentorio de lo trivial, lo noble de lo bajo. Aprendemos a usar la muerte para desprendernos del frenesí, la dilapidación y la ambición indigna.
Más para el individuo la soledad supone la nada, la desesperación aniquiladora..., y tanto más así cuanto que la conciencia de la muerte arremete para que la reconozcamos, porque la muerte convierte todos los valores individuales en un absurdo total. Por ello el individuo experimenta la soledad como un cero loco y nauseabundo en el centro de los bulliciosos negocios de la vida: un abismo sin fondo en el que no hay hitos familiares ni direcciones seguras. Después de todo, el individuo sólo existe por referencia competitiva y situación social externa. En consecuencia, como individuos, anhelamos la compañía de los demás, no por amor o por verdadera sociabilidad, sino porque los demás nos proporcionan nuestra dieta de comparación denigrante. De ellos tomamos dirección e identidad.
Lo que quiere el individuo de la vida no es nunca la soledad -que le parece totalmente sin sentido y aterradora- sino sólo aislamiento: un terreno seguro en medio del combate. Nuestro ego es una criatura de aislamiento que sobresale entre los rivales que necesita para que le presten una sensación de realidad, trazando planes contra ellos, ideando estrategias, calculando ventajas. El aislamiento es siempre aislamiento de. Eso es lo que busca el ego: un camino para estar, de un modo seguro, separado de, mientras sigue entre los otros hostiles, como una torre bien defendida en un campo de batalla.
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