* No soy un ingenuo, ni un utópico; sé que no habrá una
gran revolución. A pesar de todo, se pueden hacer cosas útiles, como señalar
los límites del sistema.
* El problema es que no nos centramos en lo que realmente nos satisface.
Estamos atrapados en una competición malsana, una red absurda de comparaciones
con los demás. No prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien
porque estamos obsesionados midiendo si tenemos más o menos placer que el resto.
* Pensemos en el ejemplo clásico de la protesta popular (huelgas,
manifestación de masas, boicots) con sus reivindicaciones específicas
("¡No más impuestos!", "¡Acabemos con la explotación de los
recursos naturales!", " ¡Justicia para los detenidos!"...): la
situación se politiza cuando la reivindicación puntual empieza a funcionar como
una condensación metafórica de una oposición global contra Ellos, los que
mandan, de modo que la protesta pasa de referirse a determinada reivindicación
a reflejar la dimensión universal que esa específica reivindicación contiene
(de ahí que los manifestantes se suelan sentir engañados cuando los
gobernantes, contra los que iba dirigida la protesta, aceptan resolver la
reivindicación puntual; es como si, al darles la menor, les estuvieran
arrebatando la mayor, el verdadero objetivo de la lucha). Lo que la
post-política trata de impedir es, precisamente, esta universalización
metafórica de las reivindicaciones particulares. La post-política moviliza todo
el aparato de expertos, trabajadores sociales, etc. Para asegurarse que la
puntual reivindicación (la queja) de un determinado grupo se quede en eso: en
una reivindicación puntual. No sorprende entonces que este cierre sofocante
acabe generando explosiones de violencia "irracionales": son la única
vía que queda para expresar esa dimensión que excede lo particular.
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