-Pronuncia
un discurso en mi presencia para que yo pueda juzgar si estás preparado.
El discurso fue realmente
inspirado.
Al acabar se le acercó un mendigo
y el orador se puso en pie y le regaló su capa para edificación de la asamblea.
Más tarde le dijo el Maestro:
-Tus
palabras estuvieron llenas de unción, hijo mío, pero aún no estás preparado.
-¿Por
qué? preguntó desilusionado el discípulo.
-Por
dos razones: Porque no has dado al mendigo la oportunidad de expresar sus
necesidades y porque no has superado el deseo de impresionar a los demás con tu
virtud.
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