En efecto, la sentencia fue el destierro. ¡Pero qué
destierro! El tribunal, amigo de aquel hombre autoritario y de inmenso poder a
quien él había insultado, queriendo venderle el favor, y ya que no podía
sentenciarle a muerte, le desterró a más kilómetros que los que tiene el mundo
recorrido en redondo, aunque se encoja, para alargar más la medida, el diámetro
que pasa por las más altas montañas. ¿Qué quería hacer con él el tribunal,
sentenciándole a un destierro que no podía cumplir?
¡Ah! El tribunal, para agasajar al poderoso ofendido, había
encontrado la fórmula de castigarle a muerte por un delito que no podía merecer
esa pena de ningún modo. Había encontrado la manera de ahorcar a aquel hombre,
porque no habiendo extensión bastante a lo largo de este mundo para que
cumpliese el sentenciado su destierro, habría que enviarle al otro para que
ganase distancia. Y le ahorcaron.
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