El drama social de la pobreza en su más triste desamparo.
El infame cautiverio de la calle, donde, por encima de todo,
solamente existe la cruda y despiadada indiferencia del mundo.
La calle. Donde perdemos las aspiraciones, los sueños, las
esperanzas y las ansias de vivir.
Donde reinan perpetuamente la esclavitud por el alcohol, la
rabia, el miedo, la estupidez y la sinrazón de los hombres.
Donde la mala fe, la envidia, la soberbia, la cólera y todas
las pasiones mortales tienen su refugio natural.
Desperdicios de la vida, seres sin nombre, sin honra y sin
salud, carne de manicomio, de presidio o de hospital.
Pudriéndose en vida, igual que un cadáver que tuviese
conciencia de su espantosa corrupción.
Nada les redime del peligro, nada les redime del dolor, nada
evita ninguno de los trágicos horrores de ese mundo en que morir es lo de
menos.
El hombre caído de su orgullo y encadenado al mal, luchando
por desfogar el furor y la pena que le hierven en las entrañas, abiertos los
ojos al abismo de la culpa.
Las semillas del odio, la voluntad emponzoñada y envidiosa
del que se sabe mal nacido, del que se siente débil, enfermo, vencido y
humillado, del que ve que no inspira mas que lástima o repulsión.
Curtidos en todos los riesgos, inmunes a todos las derrotas,
acorazados de rabia, aniquilando toda emoción, todo interés por sus vidas, en
el dilatado camino que logra arrancar del corazón hasta las últimas raíces de
cordura y compasión.
Toda la furia vengativa, todo el despecho de los amores
frustrados y la amistad traicionada, toda la hiel vertida en ese pozo sin fondo
les arranca gritos, les roba el descanso y les nubla la razón.
Locos de inquietud, locos de ansiedad. Almas turbias y
desquiciadas, ángeles caídos en el barro, criaturas frenéticas abrasadas de
sed, hambrientas de revancha.
Se lanzan feroces, con bárbaros alaridos unos contra otros,
golpeando y mordiendo entre blasfemias y maldiciones, hasta teñir de sangre la
superficie del suelo.
Bestias indomables, hundidos en la noche de sus almas,
despreciados por todos, llorarán lágrimas de sangre.
Desolación de hombres que se consumen de resentimiento, de
nostalgia y de embriaguez.
Nacidos para sufrir, sellados por el dolor, elegidos para la
muerte.
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