Los peces y los árboles se parecen. Se parecen en los
anillos. Si hiciéramos un corte horizontal a un árbol veríamos sus anillos en
el tronco. Un anillo por cada año transcurrido, es así como se sabe la edad del
árbol. Los peces también tienen anillos pero en las escamas. Y al igual que
sucede con los árboles, gracias a ellos sabemos cuántos años tiene el animal.
Los peces nunca dejan de crecer. Nosotros sí, nosotros
menguamos a partir de la madurez. Nuestro crecimiento se detiene, y los
huesos comienzan a juntarse. El cuerpo se encoge. Los peces, sin embargo,
crecen hasta que se mueren. Más rápido cuando son jóvenes y, a partir de cierta
edad, más lentamente, pero no dejan nunca de hacerlo. Y por eso tienen anillos
en las escamas.
El anillo de los peces lo crea el invierno. El invierno es
el tiempo durante el cual el pez come menos, y el hambre deja una marca oscura
en sus escamas porque su crecimiento es menor en esa época. Al contrario que en
verano. Cuando los peces no pasan hambre, no queda ningún rastro en sus
escamas.
El anillo de los peces es microscópico, no se ve a primera vista, pero ahí está. Como si fuera una herida. Una herida que no ha cerrado bien.
El anillo de los peces es microscópico, no se ve a primera vista, pero ahí está. Como si fuera una herida. Una herida que no ha cerrado bien.
Y como los anillos de los peces, los momentos más difíciles
van marcando nuestras vidas hasta convertirse en la medida de nuestro tiempo.
Los días felices, al contrario, pasan deprisa, demasiado deprisa, y enseguida
se desvanecen.
Lo que para los peces es el inverno, para las personas es la pérdida. Las
pérdidas delimitan nuestro tiempo; el final de una relación, la muerte de un
ser querido.
Cada pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior.
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