Empecemos por descartar un tópico bobo y falso: "Todas
las opiniones son respetables". Pues no, ni mucho menos. Todas las
personas deben ser respetadas, eso sí, sean cuales fueren sus opiniones. Si
alguien sostiene que dos y dos son cinco, no por ello debe ser encarcelado, ni
ejecutado en la plaza pública (tampoco recomendado como profesor de
aritmética). Pero su opinión puede y debe ser refutada, rechazada y, si viene
al caso, ridiculizada. Las opiniones o creencias no son propiedad intangible de
cada cual, porque en cuanto se expresan pueden y deben ser discutidas
(etimológicamente, zarandeadas como quien tira de un arbusto para comprobar la
solidez de sus raíces).
Todo el progreso intelectual humano viene de la discusión de
opiniones santificadas por la costumbre o la superstición. En las democracias,
el precio que pagamos por poder expresar sin tapujos nuestras opiniones y
creencias es el riesgo de verlas puestas en solfa por otros. Nadie tiene derecho
a decir que, quien lo hace, le "hiere" en su fe o en lo más íntimo.
Hay que aceptar la diferencia entre nuestra integridad física o nuestras
posesiones materiales y las ideas que profesamos. Quien no las comparte o las
toma a chufla no nos está atacando como si nos apuñalase. Al contrario, al
desmentirnos es guardián de nuestra cordura, porque nos obliga a distinguir
entre lo que pensamos y lo que somos. Por lo demás, recordemos a Thomas
Jefferson, cuando decía, más o menos, "Si
mi vecino no roba mi bolsa o quiebra mi pierna, me da igual que crea en un
dios, en tres o en ninguno".
Se ha puesto de moda que quienes detestan ver sus opiniones
ridiculizadas o discutidas lo atribuyan a una "fobia" contra ellos.
Llamarla así es una forma de convertir cualquier animadversión, por razonada
que esté, en una especie de enfermedad o plaga social. Pero, como queda dicho,
la fobia consiste en perseguir con saña a personas, no en rechazar o zarandear
creencias y costumbres. Lo curioso es que la apelación a las "fobias"
es selectiva: no he oído hablar de "nazifobia" para descalificar a
quienes detestamos a los nazis, ni de "lepenfobia" para los que no
quieren manifestarse por París con Marine Le Pen y sus huestes (actitud por
cierto que me parece más fóbica que democráticamente razonable). Pues bien, no
es fobia antisemita oponerse a la política de Israel en Gaza, ni fobia
anticatalana cuestionar las manipulaciones de los nacionalistas en Cataluña, ni
fobia antivasca denunciar a ETA y sus servicios auxiliares.
También sobran argumentos contra la teoría y práctica del
islam, lo mismo que no faltan contra el catolicismo. Si no hubiera sido por los
adversarios que no respetaron las creencias religiosas, seguiría habiendo aún
sacrificios humanos. Los semilistillos que se encrespan si se invoca un
"derecho a la blasfemia" quieren un Occidente sin Voltaire o
Nietzsche y comprenden que se quemase a Giordano Bruno. Si un particular o una
institución se sienten calumniados, insultados o difamados harán bien en acudir
a defender su causa ante los tribunales. Pero, por favor, sin atribuir fobias a
quienes les llevan la contraria, a modo de coraza que les dispense de
argumentar.
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