La sala en la que entramos es de superficie modesta: unos
nueve metros cuadrados (dos esteras y media); tres o cuatro amigos cabrán
cómodamente. Una pintura zen, un ramo de flores del campo por todo adorno. El
hogar de carbón, de madera, el hervidor de hierro redondo cubierto de pátina,
el recipiente de agua, el cucharón de bambú, un trapo blanco inmaculado, los
botes de té, los boles tradicionales corrientes.
El maestro de té lleva a cabo los gestos rituales con
eficacia, lentitud, cuidado y amor. La conversación va transcurriendo,
apacible; se habla de poesía, de historia, de arquitectura.
Muy suavemente se va apagando el ligero ruido de las voces, y todos contemplan en silencio los boles familiares, una flor del campo; se oye a lo lejos el canto de un pájaro. El tiempo se encuentra en suspenso; armonía, serenidad.
Muy suavemente se va apagando el ligero ruido de las voces, y todos contemplan en silencio los boles familiares, una flor del campo; se oye a lo lejos el canto de un pájaro. El tiempo se encuentra en suspenso; armonía, serenidad.
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