Algún placer peculiar deben hallar una y otra vez los
hombres en dejarse embobar, vender, aniquilar: por la patria, por el espacio
vital, por la libertad, por el Este o por el Oeste, por este o aquel soberano
pero sobre todo por aquellos que con plena seguridad confunden a Dios con su
propia ventaja y a su propia ventaja con Dios; aquellos que, persiguiendo
tenazmente su meta sirven al interés del día sin perder de vista la eternidad;
que en tiempos de paz, propagan la paz y en tiempos de guerra, la guerra, lo
uno y lo otro con la misma fuerza persuasiva e igual perfección...
Sí, algún placer peculiar debe ser inherente al hecho de
bañarse, siglo tras siglo, en la sangre de esa humanidad y exclamar ¡Aleluya!
al hecho de mentir, falsear y simular durante casi dos milenios. Placer bien
peculiar ese de hacer de la hipocresía el arte de las artes sobreviviendo así a
los evos, a todos los cataclismos sociopolíticos aunque sea conduciendo a los
pueblos por la nariz, arruinándolos, y de sancionar incesantemente esa
hipocresía en aras de la propia prosperidad, del propio bienestar y longevidad
sobre la tierra.
¿¡En qué otra institución hallamos esa mezcla pasmosa de
mensaje navideño y hogueras inquisitoriales...!?
*Del libro: “Opus
Diaboli”
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