La diferencia característica entre el Zen y todas las demás
doctrinas de índole filosófica, religiosa o mística reside en que jamás
desaparece de nuestra vida cotidiana pero, a pesar de toda su aplicabilidad
práctica y de toda su “concretez”, entraña algo que lo separa de la
contaminación y del ajetreo mundanos.
He aquí el punto de contacto entre el Zen y el tiro con arco
o las demás artes, como esgrima, arreglos florales, ceremonia del té, danza y
bellas artes.
El Zen es la “conciencia cotidiana”, según la expresión de
Baso Matsu. Esa “conciencia cotidiana” no es otra cosa que “dormir cuando se
tiene sueño; comer cuando se tiene hambre”.
Apenas reflexionamos, razonamos y formulamos conceptos, lo
inconsciente primario se pierde, y surge un pensamiento. Ya no comemos cuando
comemos; ya no dormimos cuando dormimos. Se disparó la flecha, pero no vuela en
línea recta hacia el blanco, y éste no está donde debería hallarse.
El hombre es un ser pensante, pero sus grandes obras las
realiza cuando no calcula ni piensa. Debemos reconquistar el “candor infantil”
a través de largos años de ejercitación en el arte de olvidarnos de nosotros
mismos. Logrado esto, el hombre piensa sin pensar. Piensa como la lluvia cae
del cielo; piensa como las olas que se desplazan en el mar; piensa como las
estrellas que iluminan el cielo nocturno, como la verde fronda que brota bajo
el tibio viento primaveral. De hecho, él mismo es la lluvia, el mar, las
estrellas, la fronda.
Una vez que el hombre haya alcanzado ese estado de evolución
“espiritual”, será maestro Zen de la vida. No necesita, como el pintor, de
lienzo, pinceles ni colores. No necesita, como el arquero, de arco, flechas ni
blanco. Se sirve de sus miembros, de su cuerpo, cabeza y órganos. Su vida en el
Zen se expresa por medio de todos esos “instrumentos” importantes como
manifestaciones suyas. Sus manos y pies son los pinceles. Y todo el universo es
el lienzo sobre el cual pintará su vida durante setenta, ochenta y hasta
noventa años. El cuadro así pintado se llama “historia”.
*Introducción del libro “Zen en el arte del tiro con
arco” de Eugen Herrigel (Bungaku Hakusi)
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