Una vez un cándido aspirante
a actor debutaba en una obra en la que tan solo debía decir tres veces “sí” en una determinada escena. Tres
síes solamente, pero que al novel soñador le parecieron algo importante.
Llegaron los ensayos y el sujeto respondía maravillosamente y le decía al
director de la obra:
-¿Ve usted, señor, cómo no me equivoco?
-En los ensayos no, pero veremos en la función.
Llegó el día del estreno y llegó también el momento en que el novel se estrenaba:
-¿Está
en casa el señor marqués?
-Sí -respondió el principiante, indicándole disimuladamente al director que no se equivocaba.
-Y la señora marquesa, ¿está?
-Sí -y el novel hizo con los dedos la seña de dos con aire victorioso.
-¿Y su hija?
Y el pobre infeliz, con voz vibrante, dijo:
-¡Tres!
-¿Ve usted, señor, cómo no me equivoco?
-En los ensayos no, pero veremos en la función.
Llegó el día del estreno y llegó también el momento en que el novel se estrenaba:
-Sí -respondió el principiante, indicándole disimuladamente al director que no se equivocaba.
-Y la señora marquesa, ¿está?
-Sí -y el novel hizo con los dedos la seña de dos con aire victorioso.
-¿Y su hija?
Y el pobre infeliz, con voz vibrante, dijo:
-¡Tres!
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