-El acto de generosidad verdadero se lleva a cabo sin referencia a ninguna recompensa concreta. De ahí que la generosidad signifique no posesión.
Si un hombre posee riquezas, puede decir: “Ahora tengo la posibilidad de practicar la generosidad porque tengo con qué hacerlo”. Pero no se trata de poseer nada. La generosidad es sencillamente una actitud de la mente en la que uno no quiere poseer y entonces distribuir entre la gente.
-Uno puede practicar la generosidad consigo mismo, porque de lo que se trata es de liberarse del afán de poseer, del constante desear. -Este deseo de poseer no es en realidad una debilidad por una cosa determinada; es un deseo más general de estar ocupado con algo, y si se ha perdido o se pierde el interés por esa cosa concreta, entonces se intenta sustituir con otra; es decir, no se trata de que uno no pueda pasarse sin un coche, por ejemplo, detrás de eso siempre hay algo más, algo fundamental, una especie de deseo de posesión, de propiedad, que siempre está cambiando, desarrollándose y sustituyendo una cosa por otra. Es una superposición de pensamientos que se produce continuamente en nuestras mentes, una especie de costumbre neurótica. Nunca dejamos que haya un vacío que nos permitiera ser libres y digerir realmente las cosas. En consecuencia, se convierte en una demanda constante, un continuo proceso de creación y deseo de posesión-.
Después de liberarse del afán de poseer, el siguiente paso es, por supuesto, deshacerse de las propias pertenencias. Pero esto no está necesariamente relacionado con la austeridad. No significa que uno no deba poseer nada en absoluto o que haya que deshacerse de lo que se tiene. Puede que uno tenga una gran riqueza y muchas posesiones, puede incluso que disfrute con ellas y que le guste poseerlas, y es probable que sienta por ellas un interés especial. No se trata de no ver el valor de las pertenencias, el asunto es que debería ser igualmente fácil desprenderse de ellas.
-La siguiente etapa es quizás una forma más profunda de generosidad y consiste en estar preparado para compartir la propia experiencia con los demás. Se trata de algo bastante engañoso, porque existe el peligro de querer enseñarle a alguien lo que uno ha aprendido...
La idea que debe subyacer es la de que cuando uno quiere algo, también tiene que dar algo; hay que dar si se quiere recibir.
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