Sin vacilar un instante, el ermitaño se sentó en el lugar de
mayor importancia. Este insólito comportamiento indignó al primer ministro,
quien ásperamente le preguntó:
-¿Acaso eres un visir?
-Mi rango es superior al de visir
-repuso el ermitaño.
-¿Acaso eres un primer ministro?
-Mi rango es superior al de
primer ministro.
Enfurecido, el primer ministro inquirió:
-¿Acaso eres el mismo rey?
-Mi rango es superior al del rey.
-¿Acaso eres Dios? -preguntó
mordazmente el primer ministro.
-Mi rango es superior al de Dios.
Fuera de sí, el primer ministro vociferó:
-¡Nada es superior a Dios!
Y el ermitaño dijo con mucha calma.
-Ahora sabes mi identidad. Esa
nada soy yo.
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