El peul, más astuto que el
bambara, empezó a quejarse de inmediato, gritando que le dolían los testículos,
que le dolían mucho y que pedía un alivio. Gritó tan fuerte que el guardián fue
corriendo, armado con un sable afilado, y le desembarazó de los dos objetos de
su dolor. El peul sufrió muchísimo el resto de la noche, pero en el fondo de sí
mismo estaba contento por haber salvado la cabeza.
A su lado, el bambara dormía
profundamente.
Por la mañana el rey los hizo
llamar y les anunció que eran libres. Su castigo había sido levantado.
El peul se lanzó a una serie de
imprecaciones y lamentaciones:
-¡El
bambara ha salvado la vida -gritaba- y yo he perdido mis testículos!
-Nunca
hay que leer la página cinco antes de la página cuatro -le dijo el rey.
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