-Pero,
¿cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino?, ¿por qué osas refugiarte
del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener
muy en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad.
El discípulo no pudo por menos que
sentirse profundamente avergonzado.
Comenzó a caminar muy lentamente,
calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a su casa. Por culpa de la
lluvia cogió un persistente resfriado.
Transcurrieron los días. Una
mañana estaba el discípulo sentado en el balcón de su casa leyendo las
escrituras. Levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo tanto como
sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de
la lluvia.
-Maestro
-le dijo-, ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que
desprecias el obsequio divino? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el gurú repuso:
-¡Oh,
ignorante e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es
profanarla con los pies?
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