¿Por qué es necesaria la protección animal? Esta pregunta tiene muchas respuestas; pero debemos
reconocer que la protección animal tiene como principal finalidad amparar a los
demás animales de nuestra propia especie. Protegemos a los animales de la
explotación, el abuso, la indiferencia, el abandono, la crueldad, y otros
males; lamentablemente todas conductas propias del ser humano. También los
protegemos de la inclemencia del tiempo, del hambre y de los desastres
naturales, pero estos problemas son menores para los animales implicados.
Nosotros somos el mayor problema para todas las demás especies, y por eso la
protección animal es urgente y necesaria. ¿Pero esta realidad acaso no conlleva
una contradicción intrínseca, una paradoja o incluso una solapada hipocresía?
¿Es compatible explotar, matar, comer y al mismo tiempo
pretender proteger a los animales?
A pesar de la aparente contradicción, la respuesta es
afirmativa.
Para comprender el problema en su verdadera dimensión será
necesario asumir una perspectiva global,
una aproximación evolutiva donde cada especie juega un rol determinado que
tiene influencia en las demás especies. El Homo sapiens es una especie
depredadora y expansiva. Desde los comienzos de la humanidad ha explotado y
criado a los demás animales según sus propios intereses, ya sea para proveerse
de alimento, abrigo, transporte, fuerza de trabajo, o compañía. Desde el punto
de vista adaptativo, el uso más natural y justificado es el del alimento.
Comemos animales porque también somos depredadores omnívoros, lo que quiere
decir que nuestra dieta natural está conformada por animales y plantas. Hay
quienes consideran que no podemos hablar de una «dieta natural» sino de una
dieta impuesta histórica y culturalmente. Pero esto es una verdad a medias. Si
bien es cierto que la cultura impone las prácticas alimenticias, es la
fisiología del cuerpo la que determina qué alimentos podrán ser consumidos;
luego las prácticas culturales tendrán que adaptarse a esa particular fisiología.
La dieta natural queda reflejada en la dentición de cada
especie (sabemos lo que comían los dinosaurios por las características de sus
dientes), y el cuerpo está debidamente adaptado para funcionar según el tipo de
alimento que debe consumir. Nuestro cuerpo se ha adaptado durante miles de años
a consumir carne, así que es parte de su dieta habitual (además, según
recientes teorías evolutivas, se considera que el consumo de proteína animal
fue determinante en el crecimiento del cerebro moderno). Siendo realistas, el
hombre desafortunadamente no va a dejar de matar y comer animales, así que lo
mejor que podemos hacer es regular esta desagradable práctica para que se
realice de la mejor manera posible para los animales implicados.
Uno de los principales temas de la protección animal es el
que toma en cuenta el grado de dolor que sufren los animales criados para
consumo humano. Sin duda, este asunto es muy relevante. Y por ello los
movimientos que impulsan la protección animal han unido sus fuerzas para aprobar
leyes destinadas a reducir en lo posible el dolor físico que los animales
sufren en los siniestros mataderos. Si no podemos dejar de matar animales para
comer, al menos sí podemos mejorar sus condiciones de vida y reducir su
sufrimiento.
Indudablemente, este es uno de los avances más importantes
en la filosofía moral respecto a los derechos de los animales. Sin embargo, el
mayor obstáculo para mejorar las condiciones materiales de los animales de
granja es económico. Mejorar las condiciones implica un gasto mayor, lo que
repercutirá en precios más altos para el consumidor. Pero lamentablemente muy
poca gente está dispuesta a pagar más por mejorar las condiciones de vida del
pollo semanal que compra en el supermercado. Finalmente, mejorar la calidad de
vida de los animales choca con la mezquindad humana.
La voluntad de proteger a los animales empieza con un cambio
de actitud hacia la multiplicidad de especies que nos rodea. Desde una
perspectiva que consideraba a los animales como meros medios al servicio del
hombre, se ha pasado progresivamente a un pensamiento que considera a los animales como compañeros con quienes compartimos la
naturaleza y el planeta entero. Y esto está íntimamente comprometido con el
hecho de asumir que los animales también pueden ser portadores de derechos.
Pero los derechos animales sólo existen porque nosotros se los reconocemos. Y
esto también supone un cambio de paradigma mental. Hemos cambiado la forma en
que vemos a los demás animales; si antes la diferencia entre el hombre y el animal
era de categoría, ahora la diferencia es de grado (somos más inteligentes que
ellos, pero ellos también son inteligentes). Esto ha sido posible porque
últimamente es está estudiando la vida animal desde una perspectiva que antes
se consideraba exclusiva del ser humano, como la vida emocional, mental e
intencional, incrementando con esto la empatía que sentimos hacia las otras
especies.
¿Es necesario proteger a los animales contra la naturaleza?
Debemos recordar que la mayoría de especies que han poblado el planeta han existido durante
miles o millones de años antes de la aparición del hombre; por lo tanto, su
sostenibilidad como especie no ha dependido de nuestra presencia. Más bien,
desde que el hombre asumió el dominio biológico del planeta su presencia ha
sido la causa directa o indirecta de la extinción de miles de especies. Tras
esta realidad, lo menos que podemos hacer es intentar frenar esta progresiva
destrucción biológica.
Las especies que hemos domesticado para comer sólo existen
en su forma actual porque nosotros lo hemos permitido. Hemos manipulado su
composición genética según nuestros propios intereses. Así que sería absurdo decir, por ejemplo, que las
vacas serían más felices si nuestra especie no hubiese aparecido, ya que en ese
caso ellas tampoco estarían aquí. Pero sin duda habría animales muy parecidos a las vacas actuales pero en
estado salvaje que serían devoradas por grandes depredadores carnívoros, tal
como siempre ha sido en el incesante drama de la vida natural. Nuestra vida cómoda
y segura nos hace pensar que la vida salvaje es dura y cruel, pero es así como
todas las especies han percibido la vida desde siempre. Sólo nuestra especie ha
creído que la vida debe ser pacífica y apacible.
En este escenario, son los animales de compañía los que se
han beneficiado con nuestra presencia. En estado salvaje un perro o un gato
vive relativamente poco, porque está expuesto a muchos peligros, enfermedades y
amenazas; además del esfuerzo de conseguir comida regularmente, debe protegerse
del clima, reproducirse, cuidar de su prole y además evitar ser comido por otro
animal —que también debe hacer lo mismo para sobrevivir.
La domesticación ha sido un cambio radical para los animales
que usamos de compañía, lejos de los peligros e incertidumbres del mundo
natural. Pero al mismo tiempo debemos advertir que nuestra compañía constante está inevitablemente modificando
su conducta y caracteres evolutivos. Atrapados en nuestra propia temporalidad
humana, concebimos la vida de los animales de manera individual, ignorando su
situación como especie y las consecuencias evolutivas que nuestra presencia
origina.
La apacible vida burguesa que nuestras mascotas disfrutan
modificará a largo plazo aquellas adaptaciones que adquirieron durante miles de
años para sobrevivir en un mundo hostil.
Según se quiera ver, esto podría asumirse como una ventaja o
una pérdida. El hecho es que somos responsables de hacerlos depender de nuestra
compañía y exponerlos a nuestros caprichos y emociones, y por eso ahora nos toca asumir la
tarea de protegerlos de una vulnerabilidad que nosotros mismos hemos generado.
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