miércoles, 23 de julio de 2014

Derechos animales - ¿Por qué es necesaria la protección animal?

¿Por qué es necesaria la protección animal? Esta pregunta tiene muchas respuestas; pero debemos reconocer que la protección animal tiene como principal finalidad amparar a los demás animales de nuestra propia especie. Protegemos a los animales de la explotación, el abuso, la indiferencia, el abandono, la crueldad, y otros males; lamentablemente todas conductas propias del ser humano. También los protegemos de la inclemencia del tiempo, del hambre y de los desastres naturales, pero estos problemas son menores para los animales implicados. Nosotros somos el mayor problema para todas las demás especies, y por eso la protección animal es urgente y necesaria. ¿Pero esta realidad acaso no conlleva una contradicción intrínseca, una paradoja o incluso una solapada hipocresía? ¿Es compatible explotar, matar, comer y al mismo tiempo pretender proteger a los animales?
A pesar de la aparente contradicción, la respuesta es afirmativa.
Para comprender el problema en su verdadera dimensión será necesario asumir una perspectiva global, una aproximación evolutiva donde cada especie juega un rol determinado que tiene influencia en las demás especies. El Homo sapiens es una especie depredadora y expansiva. Desde los comienzos de la humanidad ha explotado y criado a los demás animales según sus propios intereses, ya sea para proveerse de alimento, abrigo, transporte, fuerza de trabajo, o compañía. Desde el punto de vista adaptativo, el uso más natural y justificado es el del alimento. Comemos animales porque también somos depredadores omnívoros, lo que quiere decir que nuestra dieta natural está conformada por animales y plantas. Hay quienes consideran que no podemos hablar de una «dieta natural» sino de una dieta impuesta histórica y culturalmente. Pero esto es una verdad a medias. Si bien es cierto que la cultura impone las prácticas alimenticias, es la fisiología del cuerpo la que determina qué alimentos podrán ser consumidos; luego las prácticas culturales tendrán que adaptarse a esa particular fisiología.
La dieta natural queda reflejada en la dentición de cada especie (sabemos lo que comían los dinosaurios por las características de sus dientes), y el cuerpo está debidamente adaptado para funcionar según el tipo de alimento que debe consumir. Nuestro cuerpo se ha adaptado durante miles de años a consumir carne, así que es parte de su dieta habitual (además, según recientes teorías evolutivas, se considera que el consumo de proteína animal fue determinante en el crecimiento del cerebro moderno). Siendo realistas, el hombre desafortunadamente no va a dejar de matar y comer animales, así que lo mejor que podemos hacer es regular esta desagradable práctica para que se realice de la mejor manera posible para los animales implicados.
Uno de los principales temas de la protección animal es el que toma en cuenta el grado de dolor que sufren los animales criados para consumo humano. Sin duda, este asunto es muy relevante. Y por ello los movimientos que impulsan la protección animal han unido sus fuerzas para aprobar leyes destinadas a reducir en lo posible el dolor físico que los animales sufren en los siniestros mataderos. Si no podemos dejar de matar animales para comer, al menos sí podemos mejorar sus condiciones de vida y reducir su sufrimiento.
Indudablemente, este es uno de los avances más importantes en la filosofía moral respecto a los derechos de los animales. Sin embargo, el mayor obstáculo para mejorar las condiciones materiales de los animales de granja es económico. Mejorar las condiciones implica un gasto mayor, lo que repercutirá en precios más altos para el consumidor. Pero lamentablemente muy poca gente está dispuesta a pagar más por mejorar las condiciones de vida del pollo semanal que compra en el supermercado. Finalmente, mejorar la calidad de vida de los animales choca con la mezquindad humana.
La voluntad de proteger a los animales empieza con un cambio de actitud hacia la multiplicidad de especies que nos rodea. Desde una perspectiva que consideraba a los animales como meros medios al servicio del hombre, se ha pasado progresivamente a un pensamiento que considera a los animales como compañeros con quienes compartimos la naturaleza y el planeta entero. Y esto está íntimamente comprometido con el hecho de asumir que los animales también pueden ser portadores de derechos. Pero los derechos animales sólo existen porque nosotros se los reconocemos. Y esto también supone un cambio de paradigma mental. Hemos cambiado la forma en que vemos a los demás animales; si antes la diferencia entre el hombre y el animal era de categoría, ahora la diferencia es de grado (somos más inteligentes que ellos, pero ellos también son inteligentes). Esto ha sido posible porque últimamente es está estudiando la vida animal desde una perspectiva que antes se consideraba exclusiva del ser humano, como la vida emocional, mental e intencional, incrementando con esto la empatía que sentimos hacia las otras especies.
¿Es necesario proteger a los animales contra la naturaleza? Debemos recordar que la mayoría de especies que han poblado el planeta han existido durante miles o millones de años antes de la aparición del hombre; por lo tanto, su sostenibilidad como especie no ha dependido de nuestra presencia. Más bien, desde que el hombre asumió el dominio biológico del planeta su presencia ha sido la causa directa o indirecta de la extinción de miles de especies. Tras esta realidad, lo menos que podemos hacer es intentar frenar esta progresiva destrucción biológica.
Las especies que hemos domesticado para comer sólo existen en su forma actual porque nosotros lo hemos permitido. Hemos manipulado su composición genética según nuestros propios intereses. Así que sería absurdo decir, por ejemplo, que las vacas serían más felices si nuestra especie no hubiese aparecido, ya que en ese caso ellas tampoco estarían aquí. Pero sin duda habría animales muy parecidos a las vacas actuales pero en estado salvaje que serían devoradas por grandes depredadores carnívoros, tal como siempre ha sido en el incesante drama de la vida natural. Nuestra vida cómoda y segura nos hace pensar que la vida salvaje es dura y cruel, pero es así como todas las especies han percibido la vida desde siempre. Sólo nuestra especie ha creído que la vida debe ser pacífica y apacible.
En este escenario, son los animales de compañía los que se han beneficiado con nuestra presencia. En estado salvaje un perro o un gato vive relativamente poco, porque está expuesto a muchos peligros, enfermedades y amenazas; además del esfuerzo de conseguir comida regularmente, debe protegerse del clima, reproducirse, cuidar de su prole y además evitar ser comido por otro animal —que también debe hacer lo mismo para sobrevivir.
La domesticación ha sido un cambio radical para los animales que usamos de compañía, lejos de los peligros e incertidumbres del mundo natural. Pero al mismo tiempo debemos advertir que nuestra compañía constante está inevitablemente modificando su conducta y caracteres evolutivos. Atrapados en nuestra propia temporalidad humana, concebimos la vida de los animales de manera individual, ignorando su situación como especie y las consecuencias evolutivas que nuestra presencia origina.
La apacible vida burguesa que nuestras mascotas disfrutan modificará a largo plazo aquellas adaptaciones que adquirieron durante miles de años para sobrevivir en un mundo hostil.
Según se quiera ver, esto podría asumirse como una ventaja o una pérdida. El hecho es que somos responsables de hacerlos depender de nuestra compañía y exponerlos a nuestros caprichos y emociones, y por eso ahora nos toca asumir la tarea de protegerlos de una vulnerabilidad que nosotros mismos hemos generado.

*Artículo publicado en el boletín “4Patas” de la Asociación Nacional Amigos de los Animales - ANAA

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