Todo hombre que no se conoce es prisionero de sus deseos
insaciables, de sus temores conscientes o inconscientes.
Sus actos no son más que reacciones incompletas enteramente
condicionadas por el instinto de conservación del Yo.
El hombre que se conoce profundamente se libera de la
sujeción de las fuerzas de inercia implícitas en el instinto de conservación
del Yo. En este caso la pasividad no es negativa, es creadora; no lleva a la
inacción sino que, por el contrario, releva el principio mismo de toda acción y
de todo trabajo verdadero en el Universo.
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