-¿Ya puedo salir, papá? -preguntó
el pajarito amarillo.
-No –le respondió el Padre
Tiempo.
-¿Ya puedo salir, papá? –preguntó
de nuevo, un minuto más tarde.
-Te dije que no.
-¿Y ahora? ¿Ya puedo salir, papá?
–volvió a preguntar, otro minuto más tarde.
-No, todavía no.
De tal forma, el pajarito hizo la misma pregunta una y otra
vez, obteniendo siempre una negativa como respuesta, pero al preguntar por
sexagésima vez:
-¿Ya puedo salir, papá?
-Sí, ahora sí, ¡sal! ¡rápido! –le
ordenó el Padre tiempo, con brío.
-¡Siii! –festejó el pajarito,
saliendo apresuradamente por las puertecitas que lo mantenían encerrado:
¡Cú-cú! ¡Cú-cú! ¡Cú-cú!
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