De repente, acertó a pasar cerca
de ellos un elefantillo y cruzó el camino. Algunos pasos más lejos, un sabio,
que estaba meditando, les puso en guardia:
-Os
advierto de que no debéis comeros a este pequeño animal, pues os arriesgáis a
lamentarlo amargamente.
Los derviches, ofuscados, le
respondieron que semejante idea ni siquiera se les había pasado por la cabeza.
Sin embargo, tan pronto como hubieron perdido de vista al sabio, atrajeron al
elefantillo y lo mataron, lo asaron y se lo comieron. Sólo uno de ellos se negó
a participar en la matanza del animal y a alimentarse de él.
Saciados, los otros se acostaron y
se durmieron. El que no había comido estaba medio adormecido, cuando vio una
inmensa sombra acercarse silenciosamente. Era la madre del elefantillo. Ésta
paseó su trompa por encima de él, olfateó su aliento y luego se alejó. A
continuación se dirigió hacia donde estaban los otros derviches, a los que
olfateó a su vez. Después de haber reconocido en el aliento de estos hombres el
olor de su pequeño, los pisoteó a todos ellos.
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