Muy de mañana, el mayor arrancaba al joven de su mejor
sueño, cuando aún no le apetecía levantarse. En las comidas, el mayor solía
arrebatarle al menor lo que este habría preferido. Si el menor quería beber, el
mayor solo le daba agua o leche, y cuando el joven se agenciaba a escondidas un
poco de licor de arroz, el mayor lo increpaba duramente, en presencia de todo
el mundo. Si el otro respondía airado, luego tenía que pedirle perdón
públicamente.
Por las mañanas, yo veía al mayor arreando al joven desde un
caballo.
Un día le pregunté al mayor por su esclavo. “Pero si no es
esclavo”, dijo sorprendido. “Es un campeón y lo estoy entrenando para su
combate más importante. Me ha contratado para que lo ponga en forma. El esclavo
soy yo”.
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