Era un yogui errante que había obtenido un gran progreso
interior. Se sentó a la orilla de un camino y, de manera natural, entró en
éxtasis.
Estaba en tan elevado estado de consciencia que se encontraba
ausente de todo lo circundante.
Poco después pasó por el lugar un ladrón y, al verlo, se
dijo:
-“Este hombre, no me cabe duda,
debe ser un ladrón que, tras haber pasado toda la noche robando, ahora se ha
quedado dormido. Voy a irme a toda velocidad no vaya a ser que venga un policía
a prenderle a él y también me coja a mí”. Y huyó corriendo.
No mucho después, fue un borracho el que pasó por el lugar. Iba
dando tumbos y apenas podía tenerse en pie. Miró al hombre sentado al borde del
camino y pensó:
-“Éste está realmente como una
cuba. Ha bebido tanto que no puede ni moverse”. Y, tambaleándose, se alejó. Por último, pasó un genuino buscador espiritual y, al
contemplar al yogui, se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.
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