Me llamo Alexander Bruot y durante los últimos cuatro años
he sido el director general del proyecto de investigación del Gran Colisionador
de Hadrones que el CERN construyó en la frontera franco-suiza, cerca de
Ginebra.
Durante estos cuatro años nos hemos dedicado a hacer chocar partículas elementales (protones, iones de plomo, quarks de todos los sabores) a velocidades que bordeaban la de la luz, observando cómo la materia se abría ante nuestros ojos sólo para revelar un nuevo nivel de interrogantes, como si fuera una infinita serie de muñecas rusas.
El bosón de Higgs (nuestro Santo Grial hace cuatro años) era sólo el principio. Más abajo nos aguardaban los fleones, los noetones, los maliones y una larga lista de esquivas partículas que hundían sus raíces en la sustancia constituyente del mismo Universo. Alucinados, nos sumergimos en aquella espiral hasta llegar al final del camino, el garmión de Bruot, la auténtica “partícula de Dios”.
Fluctuaba entre la existencia y la no existencia, entrando y saliendo del vacío cuántico como una piedra plana que rebota en la superficie de un lago. Pronto advertimos que se trataba de una fluctuación cíclica, regular. Habíamos hallado una pauta, un orden, un sentido. Como si Dios hubiese enterrado un mensaje en el nivel más básico de la estructura de la realidad.
Tras siete días de trabajo en paralelo de los siete superordenadores más potentes del mundo, esta mañana se ha conseguido descifrar el significado subyacente. Dice así:
Durante estos cuatro años nos hemos dedicado a hacer chocar partículas elementales (protones, iones de plomo, quarks de todos los sabores) a velocidades que bordeaban la de la luz, observando cómo la materia se abría ante nuestros ojos sólo para revelar un nuevo nivel de interrogantes, como si fuera una infinita serie de muñecas rusas.
El bosón de Higgs (nuestro Santo Grial hace cuatro años) era sólo el principio. Más abajo nos aguardaban los fleones, los noetones, los maliones y una larga lista de esquivas partículas que hundían sus raíces en la sustancia constituyente del mismo Universo. Alucinados, nos sumergimos en aquella espiral hasta llegar al final del camino, el garmión de Bruot, la auténtica “partícula de Dios”.
Fluctuaba entre la existencia y la no existencia, entrando y saliendo del vacío cuántico como una piedra plana que rebota en la superficie de un lago. Pronto advertimos que se trataba de una fluctuación cíclica, regular. Habíamos hallado una pauta, un orden, un sentido. Como si Dios hubiese enterrado un mensaje en el nivel más básico de la estructura de la realidad.
Tras siete días de trabajo en paralelo de los siete superordenadores más potentes del mundo, esta mañana se ha conseguido descifrar el significado subyacente. Dice así:
“El Virtuaverso y todas sus formas de vida (incluidas las inteligentes,
las conscientes y las trascendentes) son propiedad intelectual de Ludic
Animatronics Inc. © 2087. Todos los derechos reservados.”
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