En un pequeño pueblo español, el Tío Colás maldecía en voz alta
viendo los daños producidos en su huerto por los numerosos limacos que en él
campaban.
Pensando qué hacer, de pronto se le ocurrió una idea para librarse de tan dañinos bichejos. Juntó a los chavales del pueblo y les prometió una moneda por cada limaco que capturaran en su huerto.
Al día siguiente, seis o siete chaveas se presentaron corriendo exultantes en casa del Tío Colás con una gran bolsa repleta de los buscados animalillos.
-¡Tío Colás, Tío Colás! mire todos los limacos que traemos; cuéntelos y denos las monedas prometidas.
-Vamos a ver, dijo el hombre, cuántos limacos habéis pillado.
Escondiendo una pícara sonrisa, el Tío Colás fue cogiendo uno a uno los bichos y tras breve inspección fue desechándolos en un cubo: Limaca, limaca, limaca, limaca...
Pensando qué hacer, de pronto se le ocurrió una idea para librarse de tan dañinos bichejos. Juntó a los chavales del pueblo y les prometió una moneda por cada limaco que capturaran en su huerto.
Al día siguiente, seis o siete chaveas se presentaron corriendo exultantes en casa del Tío Colás con una gran bolsa repleta de los buscados animalillos.
-¡Tío Colás, Tío Colás! mire todos los limacos que traemos; cuéntelos y denos las monedas prometidas.
-Vamos a ver, dijo el hombre, cuántos limacos habéis pillado.
Escondiendo una pícara sonrisa, el Tío Colás fue cogiendo uno a uno los bichos y tras breve inspección fue desechándolos en un cubo: Limaca, limaca, limaca, limaca...
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