El problema que me interesa destacar aquí no es el lugar que
tiene que ocupar la humanidad en la escala de los seres vivos, sino qué tipo de
hombre se debe formar, cuál es el hombre que queremos forjar como el más
valioso, como el más noble y el más seguro para el mañana.
Este tipo de hombre valioso y superior ya ha existido en el
pasado, pero en casos muy fortuitos y excepcionales; es decir, se ha dado pocas
veces y de pura casualidad. La humanidad no ha estado interesada en este tipo
de hombres, jamás lo ha deseado ni ha colaborado a fomentar un hombre de esta
clase. Y cuando ha aparecido un hombre así, ha sido el más temido, el menos
esperado, pues ha roto todo molde tradicional y la sociedad se ha sentido
amenazada al tener ante sí un tipo distinto, mejor y más apreciable. Y a causa
de ese temor, se ha cultivado, por el contrario, una clase de hombre totalmente
opuesta: el animal doméstico, sumiso, sirviente, manso, incapaz de sorprender a
nadie. Un hombre de rebaño, obediente hasta la muerte, un animal enfermo: el
hombre cristiano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario