La
semilla de la religión, es decir la esperanza y el miedo, a fuerza de pasar a
través de las pasiones, los juicios y los distintos consejos de los hombres,
produjo una gran cantidad de extrañas creencias que son la causa de tantos
males, de tantas crueldades bárbaras y tantas revoluciones que ocurren en los
Estados. Los honores y los cuantiosos réditos vinculados con el sacerdocio, que
enseguida pasan a ser propios del ministerio y las cargas eclesiásticas, atrajeron
la ambición y la avaricia de las personas astutas, que se aprovecharon de la estupidez
y la debilidad de los pueblos; y éstos insensiblemente adoptaron el dulce
hábito de asentir la mentira y odiar la verdad.
Una
vez establecida la mentira y una vez que los ambiciosos fueron atraídos por las
ventajas de estar por encima de sus semejantes, trataron de darse una
reputación fingiendo ser amigos de los dioses invisibles que el vulgo temía.
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