-¿Qué proezas puedes efectuar?
-Muchas, majestad -repuso el
faquir-. Por ejemplo, puedo permanecer bajo tierra durante meses o incluso
años.
-¿Podrías ser enterrado por diez
años y seguir con vida después? -preguntó el monarca.
-Sin duda, majestad -aseveró el
faquir.
-Si es así, cuando seas
desenterrado, recibirás el diamante más puro del reino.
Se procedió a enterrar al faquir. Se preparó una fosa a
varios metros de profundidad y se dispuso de una urna de plomo. El faquir,
antes de ser sepultado, se extendió hablando sobre sus cualidades espirituales
y morales que hacían posible su autodominio y poder. Todos quedaron convencidos
de su santidad. Fue introducido a continuación en la urna y enterrado. Durante
diez años hubo guardianes vigilando la fosa. Nadie albergaba la menor esperanza
de que el faquir sobreviviese a la prueba. Transcurrió el tiempo convenido.
Toda la corte acudió a la tumba del faquir, con la certeza de que, a pesar de
su santidad y poder, habría muerto y el cadáver sería solamente un conjunto de
huesos putrefactos. Sacaron la urna al exterior, la abrieron y hallaron al
faquir en estado de catalepsia. Poco a poco el hombre se fue reanimando,
efectuó varias respiraciones profundas, abrió los ojos, dio un salto y sus
primeras palabras fueron:
-¡Por Dios!, ¿dónde está el
diamante?
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