Un niño aprende una lección de geografía para tener una
buena nota, o por obediencia a las órdenes recibidas, o por dar gusto a sus
padres, o por que siente una poesía en los países lejanos y en sus nombres.
Si ninguno de estos móviles existe, no aprende su lección.
Si en un momento dado ignora cual es la capital de Brasil y al instante
siguiente lo aprende, tiene un conocimiento más, pero no está más próximo de la
verdad que momentos antes.
La adquisición de un conocimiento en algunos casos nos
acerca a la verdad y en otros casos no. ¿Cómo distinguir los casos? Si un
hombre sorprende a la mujer que ama, y a quien había dado toda su confianza, en
flagrante delito de infidelidad, entra en contacto brutal con la verdad.
Si sabe de una mujer a la que no conoce, de la que oye
hablar por primera vez, en una ciudad que no conoce, que ha engañado a su
marido, esto no va a cambiar de ningún modo su relación con la verdad. Este
ejemplo nos da la clave. La adquisición de conocimientos nos acerca a la verdad
cuando se trata del conocimiento de algo que amamos, y en ningún otro caso.
“Amor a la verdad” es una expresión impropia. La verdad no
es objeto de amor, no es un objeto. Lo que amamos es algo que existe, y que
pensamos y por eso puede ser la ocasión de producir verdad o error.
Una verdad es siempre la verdad de algo. La verdad es el
esplendor de la realidad. El objeto del amor no es la verdad, sino la realidad.
Desear la verdad es desear un contacto con una realidad, es amarla. No deseamos
la verdad nada más que para amar en la verdad.
Deseamos conocer la verdad de lo que amamos. En lugar de
hablar de amor a la verdad, sería mejor hablar de un espíritu de veracidad en
el amor. El amor real y puro desea siempre y por encima de todo mantenerse
entero en la verdad, sea cual sea, incondicionalmente. Toda otra expectativa de
amor desea sobre todo satisfacciones, y por ello es un principio de error y de
mentira. Es el espíritu santo.
La palabra griega que traducimos por espíritu significa
literalmente soplo ígneo, soplo (aliento) mezclado con fuego, y designaba en la
antigüedad, la noción que la ciencia designa hoy con la palabra energía. Lo que
traducimos por “espíritu de veracidad” significa la energía de la verdad, la
verdad como fuerza agente.
El amor puro es esa fuerza activa, el amor que no quiere, a
ningún precio, en ningún caso, ni la mentira ni el error.
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