Los científicos y los filósofos tienden a tratar la
superstición, la pseudociencia y hasta la anticiencia como basura inofensiva o,
incluso, como algo adecuado al consumo de las masas. Están demasiado ocupados
con sus propias investigaciones como para molestarse por tales sinsentidos.
Esta actitud, sin embargo, es de lo más desafortunada. Y ello por las
siguientes razones:
Primero, la superstición, la pseudociencia y la anticiencia
no son basura que pueda ser reciclada con el fin de transformarla en algo útil:
se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera —lego o
científico— hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura y volverla
contra la investigación científica.
Segundo, el surgimiento y la difusión de la superstición, la
pseudociencia y la anticiencia son fenómenos psicosociales importantes, dignos
de ser investigados de forma científica y, tal vez, hasta de ser utilizados
como indicadores del estado de salud de una cultura.
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